Mis hermanos y yo nos sentamos a
la mesa del comedor con un bloc de papel de cartas, varios sobres y lápices.
Nuestra madre había dicho que a Papá Noel había que escribirle si queríamos que
nos trajera los juguetes que deseábamos tener.
Mi hermana Daniela y yo nos
habíamos puesto de acuerdo en lo que pediríamos y es más, ya teníamos hasta los
detalles de nuestro pedido: Dos muñecas que caminaran, hablaran y cantaran. La
mía con pelo largo y rubio y la de ella igual pero con pelo platinado (como la
de nuestra prima). No muy grandes para que no nos pasaran en altura y, eso sí,
con ese perfume tan exquisito que habíamos olido esa vez en la juguetería.
¡Esas muñecas tan caras! Esas, eran las que queríamos.
Mi hermano Rodolfo, en cambio,
pidió un camioncito de Duravit, el más grande que venía. Era tan grande que
hasta él, que tenía apenas tres años, podía subirse y andar sobre el mismo. Lo
pidió rojo, igual al que vimos ese mismo día en la juguetería.
-
Ahora sí lo vas a tener, Papá Noel te lo va a traer.
Vas a ver que este año te lo trae – Le dije muy convencida a mi pelirrojo
hermano, tan chiquito e ingenuo que pensaba que si se lo pedíamos con fervor,
seguro no fallaba.
-
Entonces le pido algo más – me dijo.
-
A ver…¿Qué podemos pedir además? – Preguntó mi hermana.
-
Pidamos golosinas…muchas, muchas golosinas…pero de esas
que mamá no nos deja comer: chocolates, mantecol, mucho mantecol… y caramelos
de dulce de leche, de esos que son
enormes y se pegan en los dientes – Agregué yo que era gordita y glotona.
-
¡Sí…y pidamos chocolates de Bariloche en rama! – Dijo
Daniela.
Y agregamos estos pedidos dulces a
los de juguetes. Escribimos una carta cada uno que pusimos al pie del gran
árbol de navidad que teníamos en casa. Un árbol que casi llegaba al techo…
Esa tarde de vísperas de Noche
Buena me junté con mi vecinita Mirta que vivía en frente, a jugar a “la cocinita”.
Ella tenía una cocinita en miniatura para niñas hecha de metal esmaltado en
blanco (igual a las verdaderas), con mesada, piletita y alacena. Todo de
juguete. Era una réplica casi exacta a las reales. Yo siempre me cruzaba a su
casa para jugar y esa cocinita me tenía loca. Ese día le dije a mi amiguita:
-
Ya le mandé la carta a Papá Noel, le pedí una muñeca
que hable y muchas golosinas…¿Vos qué le pediste?
-
Nada porque Papá Noel no existe, no existe, Papá Noel
son los padres – Me zampó así de pronto sin darse cuenta del impacto que eso
provocaría en mí.
-
¿Qué estás diciendo? Papá Noel existe y todos los años
nos trae algo lindo de regalo. El año que viene pediré una cocinita igual a la
tuya – Le dije.
-
Te digo que no existe, preguntale a tu mamá, preguntale
y verás – Insistió mi cruel amiguita. Tan cruel como suelen ser los niños a
veces.
Corrí asustada a mi casa, subí
las escaleras y casi llorando pregunté a mi madre que estaba cocinando para la
noche:
-
Mamá ¿Es verdad que Papá Noel no existe, que son los
padres? - Mi madre me miró, se agachó y tomándome de los hombros me dijo:
-
Como ya sos grandecita te diré la verdad, pero no les
digas nada a tus hermanitos. Papa Noel es una fantasía. Somos los padres los
que hacemos los regalos y armamos ese cuento para los chicos.
-
¡Pero yo lo vi, lo vi en la Galería…estaba con su traje
rojo y su barba blanca! – Grité con lágrimas en los ojos.
-
Sí pero era un señor que se disfraza cada año para
darles ilusión a los nenes. En realidad es un actor – dijo mi madre con mucha
ternura.
-
Entonces ustedes me mintieron, no puede ser, no puede
ser – Contesté muy decepcionada y me fui a mi habitación a meditar sobre el
porqué de tal engaño.
Todo el día estuve triste y muy
asustada y con muchas ganas de contarles a mis hermanos sobre la gran mentira
de la que eran presos. Pero me contuve ante la cara amenazante de mi madre.
Esa noche festejamos la Navidad con una rica cena
y pusimos los zapatos en el árbol para abrir los regalos al día siguiente ya
que no nos dejaban quedarnos hasta las doce. Los niños se acostaban temprano en
los años sesenta…
Recuerdo que no pude dormirme
hasta muy tarde. Mi cama estaba debajo de la ventana que se encontraba abierta
de par en par por el calor de diciembre y yo estaba temerosa pensando que en cualquier momento
entraría Papá Noel porque Él sí existía y seguramente me visitaría. Decepción,
miedo, tristeza fueron los sentimientos que me embargaron en esa Navidad. Me
dormí después de mirar largamente el cielo por la ventana más cuando abrí los
ojos, ya era de día.
Los tres corrimos como locos a
ver los regalos en el árbol, Dani, Rodo y yo, que quería saber si todo había
sido una equivocación y Papá Noel sí existía…
-
¡Las muñecas, el camioncito y las golosinas!...- Las
golosinas estaban, no chocolate en rama, no mantecoles, no caramelos gigantes
de dulce de leche…Solo esos caramelos baratos y esos chocolatines blancos que
no hacían mal…
-
¿Qué pasó mamá…qué pasó?... ¡Papá, vení a ver!– Preguntamos
a nuestros padres.
-
Es que Papá Noel este año no pudo, está pobre – Dijo
nuestra mamá – Hay que conformarse con lo que él nos regala, a veces no se
puede, no siempre Papá Noel puede hacer regalos importantes.
Miré sus enormes ojos celestes y
vi tristeza en la cara de mi madre. Entonces comprendí que era verdad: Papá
Noel no existía y la pobreza en mi familia había llegado hasta nuestra Navidad.
Ese año crecí de golpe.
ANY CARMONA