Las manos tibias
de un ángel negro
apretaron con sus caricias,
las blanduras de mi cuello.
Sus plumas tenues
rozaron apenas
perceptibles,
los orificios de mi nariz.
Su cálido aliento
sopló en mi oido
hasta irrumpir
mi sueño.
Hoy el ángel se posó
sobre la curvatura
de mi hombro izquierdo
y no desea irse.
ANY CARMONA
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