Leonor se mudaba de nuevo. A su madre le encantaba la restauración, así que su predilección por las casas antiguas empujaba a la familia a llevar una vida más bien nómada. Era la primera noche que dormían allí y, como siempre, su madre le había dejado una pequeña bombilla encendida para espantar todos sus miedos. Cada vez que se cambiaban de casa le costaba conciliar el sueño.
Muchas
veces durante la noche, y en casas diferentes, había escuchado ruidos, visto
sombras y sentido voces. Por eso, en esta ocasión, se tapó muy bien con las
colchas procurando no ver ni oír nada. Sin embargo, la voz que provenía desde el
fondo de la rejilla del baño, no cesaba. No lo hacía, aún cuando trataba de
pensar en otra cosa y hasta cantaba bajito para ver si con su propia canción de
cuna, lograba que viniera Morfeo a
salvarla. Y como no pudo acallarla, decidió interesarse por ella, por eso de
que “si no puedes vencerlos, únete a ellos”. Fue al baño y apoyó la oreja sobre
la rejilla. Se oía claro, desesperado y sin pausa, una y otra vez: - ¡Déjenme
salir, déjenme salir, déjenme saliiiiiiiir!
Leonor
corrió a la habitación de su madre y la sacudió fuertemente para que se
despertara. Luego de un rato, mamá Graciela, abrió los ojos y a regañadientes,
le preguntó a su hija:
-
¿Qué sucede, Leonor? Estoy agotada…
-
Hay alguien encerrado debajo del piso,
escucho una voz de una mujer que pide que la dejen salir. ¡Vení por favor, vení
que quiero ayudarla!
-
Bien, pero como sean de nuevo tus
miedos…
La
voz desde abajo de la rejilla, no se escuchaba más cuando llegaron, por lo
cual, y basada en anteriores experiencias, Leonor aceptó, muy avergonzada, que
seguramente, sus nervios le estaban jugando una mala pasada. Y como su madre
estaba tan ocupada con la restauración de esta gran mansión que le vendiera un
anticuario coleccionista, no se atrevió a molestarla más con el tema.
Pero
la voz seguía noche a noche, pidiendo ayuda. A Leonor se le encogía el corazón,
no lograba dormir y terminaba corriendo hasta el baño e intentaba hablar con la
víctima, sin éxito. “Alguien está encerrado en el sótano y no lo está pasando
muy bien. ¿O será un fantasma?” Leonor perdió el apetito y la tristeza se
adueñó de ella. Por eso sus amigos Jorge
y Javier, decidieron acompañarla cuando transcurría la segunda semana de luchar
con ese lamento. Bajaron al sótano muñidos con una potente linterna, los pasos
de los tres amigos crujían al pisar las vetustas escaleras y el olor a humedad
y encierro se hacía insoportable. Minuciosamente, pasaron la luz, por todo el
recinto y cuando ya creían que no había nada ni nadie, la vieron: Una gran
jaula de alambres herrumbrados y piso de latón, pendía de una viga baja
mientras se balanceaba; albergaba un pájaro verde, azul y amarillo, con pico negro
de gancho y plumaje crispado; estaba medio dormido y medio despierto y cuando
el foco lo encontró comenzó a repetir su conocido mantra: - ¡Déjenme salir,
déjenme salir, déjenme saliiiiiiiir!
Desplegaba las alas, saltaba de su columpio hasta el borde de su jaula, y
provocaba tal alboroto y movimientos pendulares en su calabozo, que los niños
salieron corriendo del lugar.
-
¡Pobre animalito! ¿Quién lo habrá puesto
en el sótano y quién lo cuida y le da de comer cada día? – se preguntaron.
-
Propongo iniciar una investigación por
el barrio y hacer guardia en la puerta del sótano para descubrir al culpable de
tan atroz hecho. Como defensores de los derechos de los animales, no podemos
permitir que esto quede impune.
Pasaban
los días y nada, nadie les daba respuestas convincentes; pasaban las noches y
la voz continuaba. Los niños no se animaban a entrar de nuevo al lugar y menos
que menos a liberar al pájaro.
Una
noche cesaron las quejas y un silencio de ultratumba ocupó el espacio. Leonor
estaba más asustada aún que cuando sentía los gemidos, tanto que se pasó a dormir
a la cama de su madre. Al día siguiente, la cuadrilla de obreros destinada a
restaurar el sótano, abrió la puerta y bajó por la desvencijada escalera que
cedió ante el peso de los hombres y sus herramientas. Leonor los observaba
desde cerca conteniendo la respiración. “Lo verán, encontrarán al pájaro”,
pensaba y esperaba mientras escuchaba el sonido de los golpes de demolición y
el silbido penetrante de la sierra eléctrica. Caían las vigas, volaba el polvillo
y sonaban las voces de los albañiles. Lo que no se sabía es qué había pasado
con el papagayo sufriente ni con su cruel carcelero. Sin embargo, muchos
animales embalsamados, viejos y descascarados, comenzaron a llenar los
contenedores de la obra de refacción.
Una
mañana, cuando ya Leonor casi se olvidaba del hecho y dormía sola en su cuarto,
despertó ante el grito de la mucama proveniente del cuarto de su madre. Corrió
a ver qué sucedía y cuánta fue su sorpresa al ver la escena: La cabeza de
Graciela colgaba del borde de la cama, sus ojos estaban abiertos y su gesto había
quedado congelado por el horror, en un rictus de espanto. Su sangre corría por
el piso creando un riacho hacia la rejilla abierta del baño. El cuello mostraba
heridas punzantes muy profundas y por la habitación, plumas verdes, azules y amarillas,
se esparcían por doquier, algunas aún volaban por la brisa de la mañana que se
filtraba por la ventana semi-abierta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario