Por el camino terroso e
incrustado de piedras viejas como el tiempo que tiene ese pueblo, viene
caminando Marcelina Vargas, la maestra. Lleva colgada del brazo una valija pesada
con libros y papeles, y su guardapolvo blanco muy bien doblado. Todas las
tardes recorre el mismo sendero rumbo a la escuela. Todas las tardes su rutina
le marca el paso del hastío cotidiano. Pero hoy viene con una sonrisa en el
rostro y un andar que muestra un dejo de abandono no muy usual en ella. Hoy ha
sucedido algo.
Mientras camina recuerda lo que
pasara unas horas antes y no puede dejar de pensar en eso. Tiene un vacío en la
boca del estómago y de pronto se siente desnuda, expuesta. No le importa.
Piensa que todos la miran pero no le interesa porque se siente libre, feliz.
Sí, por primera vez en su vida, se siente plena.
Estaba en su casa regando las
flores del jardín del frente, en mangas de camisa y pantalones vaqueros, cuando
vio que alguien la miraba. Un joven moreno y alto de facciones angulosas y
cabello muy largo, la observaba sin decirle nada. Había dejado su mochila
depositada junto a la verja y se encontraba parado frente a ella, que no había
podido evitar el invitarlo a pasar, por eso de los buenos modales que le
enseñara su madre. Tampoco había podido evitar el servirle un té con un trozo
de torta que había elaborado.
- ¿Qué hacés en el pueblo?... ¿Estás
de paso?...¿Sos un mochilero? –
El no contestaba, sólo le miraba
los senos.
- Nueve, son nueve los botones de
tu blusa – le dijo él con acento extranjero a la vez que tocaba con sus manos
cada botón y los desabrochaba.
- Sí – dijo ella en un susurro
mientras caminaban juntos como hipnotizados, hacia la habitación contigua,
donde se fundieron en un abrazo de fuego y ternura que los unió por unos
instantes en uno solo. Hasta que el sol bajó detrás de la higuera del patio y
el reloj sonó anunciando que ya era la hora de ir a dar clases.
- Andate antes que te encuentre
mi madre – dijo Marcelina hablando bajo.
- Pero... no se tu nombre.
- ¿El mío?...Señorita…Maestra… ¿Qué
importa?... ¡Andate pronto, que alguien viene!
- Me voy, pero volveré… ¡Tengo
que saber cómo nombrarte!
Marcelina entra sonriendo a la
escuela. Es una tarde hermosa. Los pizarrones verdes están salpicados de
colores azules, rojos y amarillos. Siente que entonan con su alegría. Los niños
se le acercan y le dan besos. Los jazmines que enmarcan las columnas y el techo
de la galería se abren a su paso y le regalan todo su perfume. La campana suena
como si fuera el canto de algún ángel que le está dando la bienvenida. Y la
brisa otoñal acaricia sus mejillas y sus brazos que hoy más que nunca, huelen a
madreselvas. Hoy es otra mujer, hoy su vida se tiñe de estrellas.
ANY CARMONA
ANY CARMONA
No hay comentarios:
Publicar un comentario