Hay algo más triste en el mundo
que un tren inmóvil en la lluvia?
Pablo Neruda
Cuando se desató esa copiosa lluvia mi primer impulso fue mirar hacia afuera para corroborar si era cierto lo que habían anunciado los noticieros: “Tormentas muy fuertes para la tarde en todo el radio metropolitano”. Era cierto. Las ráfagas de aire frío arrastraban masas de agua formando cortinas que se movían según sus caprichos. Las ramas de los árboles se agitaban y pretendían tener derecho de lastimar a las hojas empapadas que sin embargo se empeñaban en asirse a los troncos. Los cristales de la ventanilla del vagón donde me refugié al no tener más remedio que esperar que se levantara la orden de detener el viaje debido a la tormenta, temblaban produciendo un redoble sonoro que inspiraba temor. “¿Hay algo más triste en el mundo que un tren inmóvil en la lluvia?” Me dije ahogando el llanto dentro del escote de mi polera. Gris y húmeda tarde de primavera donde el eco de su voz persistía en cada tintineo de gotas y sonido de chorros de agua resbalando por el techo del tren. Su voz profunda despidiéndose de mí y la tristeza de ese tren oscuro, callado y expectante. Supe que nunca en mi vida existiría un momento más triste. Pero también supe que era necesario afrontarlo. Asomé la cabeza más allá del vidrio y lo vi. Caminaba mojado chapaleando junto al tren inmóvil. “¿Dónde vas?” Le grité. “Voy a buscar la libertad. No me importa si está gris, si hay lluvia o si los trenes no andan. Quiero ser libre para hacer lo que quiera... ¡Libre para morir si es necesario... pero libre al fin!” Sus gritos mojados por la lluvia sonaron alegres y una carcajada de espanto salió de su garganta. Siguió caminando mientras yo me aferraba al borde del impermeable. Era necesario dejarlo ir. Otra vez debí confrontar mis convicciones sobre una vida que debe ser vivida con salud, contra las suyas de una vida hedonista y adicta. Otra vez debí dejar de lado las culpas que me sumían en la más pesada lucha para dejar paso a la resignación de lo inalterable, lo que no se puede cambiar. No podía ni puedo darle mi piel, mis órganos ni mi cerebro. No puedo ser mucho más de lo que soy: un guiñapo de pena, vencido y tembloroso que pugna por sobrevivir a su lento suicidio.
A lo lejos vi pinos pequeños, medianos y grandes. Todo un pinar solo para mí. "Compraré el más hermoso para poner frente al portón de salida al parque. Y será el árbol de Navidad mejor iluminado de todo el barrio" Pensé enjugándome los mocos que se confundían en sollozos.
Pero al darme vuelta para apoyar mi espalda en el asiento, me topé con su sonrisa. "Ya arranca el tren,Tía, hay que llegar justo a tiempo a la hora de ingreso de los internados" Su voz era serena, parecía que la mojadura le había hecho muy bien. Se veía calmado. "Volviste, espero que no te resfríes con semejante empapada que te agarraste....¿Tomaste la medicación?" Su mirada estaba fija en los pinos y yo le pedí a Jesús que este fuera el último año.
ANY CARMONA
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